Este fin de semana, como tantos otros, estaba en casa con mi hija. Me pidió que jugáramos con LEGO. Esa típica caja que parece inofensiva hasta que pisas una pieza descalzo.
Nos sentamos en el suelo, abrimos la caja y empezamos a revolver piezas.
Ella empezó a construir inmediatamente.
Sin instrucciones, sin planos, sin preocuparse por si lo que estaba haciendo estaba bien o mal. Solo juntaba piezas, elegía colores, y en cinco minutos me dijo con total seguridad:
—Mira papá, es un castillo con alas.
Y aunque claramente eso tenía más forma de dinosaurio con ruedas, ella lo veía como un castillo. Y lo defendía con orgullo.
Yo, en cambio, me quedé paralizado mirando la montaña de piezas.
Pensé: “Voy a hacer algo que tenga sentido”. Busqué simetría, funcionalidad, algo que “pareciera” serio. No jugué. Ejecute. Como si construir algo con LEGO tuviera que pasar por un análisis de viabilidad.
Y fue ahí donde lo entendí:
Ambos teníamos las mismas piezas, pero veíamos cosas muy diferentes.
⸻
El error invisible
La mayoría de los empresarios con los que hablo cometen el mismo error.
Y no es falta de talento.
Ni de recursos.
Ni de ideas.
Es falta de creatividad.
O mejor dicho: falta de permiso para usarla.
Creemos que por estar en un entorno profesional, “jugar” está prohibido.
Que la improvisación es sinónimo de debilidad.
Que la creatividad es para artistas, y que nosotros —los serios— tenemos que ser “estratégicos”.
¿Resultado?
Negocios que parecen edificios de oficina: cuadrados, grises, con luces LED y sin alma.
⸻
¿Tienes piezas o tienes visión?
Volvamos al LEGO.
La caja tiene cientos de piezas.
Algunas grandes, otras pequeñas.
Colores, formas, tamaños distintos.
¿Y qué hacemos los adultos?
Buscamos las instrucciones. Las hojas que nos dicen qué construir y cómo hacerlo. Buscamos el paso 1, el paso 2 y el paso 3. Si no lo tenemos, nos bloqueamos.
Mi hija, en cambio, no buscó instrucciones.
Buscó una historia.
Y las piezas fueron el medio, no el fin.
En los negocios pasa igual.
Tienes una idea, recursos, clientes, herramientas, formación… ¿y qué haces con eso?
¿Construyes lo que se supone que debes construir?
¿O te atreves a crear algo que todavía no existe?
⸻
Jugar no es inmaduro. Jugar es inteligente.
En un mundo que cambia tan rápido, el que no juega… se queda atrás.
El que no prueba, no innova.
El que no imagina, no lidera.
El que no se equivoca jugando… se equivoca cuando ya no puede permitirse el error.
Jugar es ensayo. Es exploración. Es descubrimiento.
Y eso, en el mundo de los negocios, es oro.
⸻
¿Qué pasaría si hoy jugaras con tu negocio?
Jugar no es “improvisar sin pensar”.
Es probar un nuevo enfoque para captar clientes.
Es lanzar un producto mínimo viable solo para testear.
Es comunicar con más humanidad y menos PowerPoint.
Es crear espacios donde tu equipo no tenga miedo de equivocarse.
Es, en definitiva, volver a mirar tu negocio como una caja llena de piezas por combinar, no como una estructura rígida que solo puedes ejecutar.
⸻
La lección de mi hija
Ella no sabe de estrategia.
Ni de análisis DAFO.
Ni de embudos de conversión.
Pero sabe algo que muchos empresarios han olvidado:
Que crear es divertido. Y que si no lo es, algo estás haciendo mal.
Jugando me enseñó que todos tenemos acceso a las mismas piezas —tiempo, recursos, ideas, personas— pero no todos construimos lo mismo.
Los que se atreven a jugar son los que terminan haciendo cosas que nadie más vio posibles.
Y tú, ¿cuándo fue la última vez que jugaste con tu negocio?
Porque quizá el mayor crecimiento no está en comprar más piezas, sino en aprender a usarlas de otra forma.
0 comentarios