Hay historias que parecen cuentos, pero que deberían imprimirse y colgarse en todas las salas de reuniones.

Porque aunque transcurre en un pueblo remoto, con un juez y un leñador, lo que vas a leer te habla directamente de algo que, si eres empresario o emprendedor, ya has vivido.

Vamos con la historia.

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El juicio del grito

Dos hombres se presentan ante el juez.

El primero —con cara de indignación— dice:

— “Señoría, vengo a demandar a este individuo porque ha vendido toda la leña que ha cortado… y no me quiere dar mi parte.”

El juez, curioso, le pregunta:

— “¿Y qué hiciste tú exactamente?”

— “Yo no corté la leña, claro… pero estuve todo el tiempo motivándole. Le gritaba desde la ladera: ‘¡Vamos! ¡Tú puedes! ¡A por todas!’ Y eso le hizo cortar más leña que nunca. Gracias a mí, le pagaron más.”

El juez asiente. Hace una pausa. Se pone solemne.

— “Tienes razón.”

Silencio.

Todos se miran. El leñador palidece. El demandante sonríe.

El juez continúa:

— “Leñador, dame la bolsa con el dinero que has ganado.”

El leñador, resignado, se la entrega. El juez la agita delante del demandante hasta que suenan las monedas.

— “Este es tu pago: ya tienes el sonido del dinero.”

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Ahora dime: ¿cuántas veces has vivido esta escena en tu negocio?

Gente que no ejecuta… pero opina.

Que no factura… pero exige.

Que no arriesga… pero reclama parte del premio.

Ese tipo de socio, colaborador, compañero o incluso cliente que cree que dar su opinión ya es aportar.

— “Yo te animé.”

— “Yo te di la idea.”

— “Yo estuve ahí cuando empezaste.”

— “Yo creí en ti.”

— “Yo te presenté a alguien.”

— “Yo te puse en contacto.”

— “Yo fui a la primera reunión.”

Y ojo, todo eso puede ser importante.

Pero si no estuviste en el barro, si no ejecutaste, si no asumiste riesgo, si no trabajaste cuando no había garantías, si no pusiste el cuerpo…

No puedes pretender cobrar como si hubieras estado con el hacha en la mano.

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¿Cuál es el problema de fondo?

Que muchas veces confundimos intención con ejecución.

Confundimos presencia emocional con presencia real.

Confundimos buena voluntad con acción concreta y medible.

Y eso, en los negocios, es peligroso.

Porque una cosa es agradecer el apoyo.

Otra es repartir beneficios por palmaditas.

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La diferencia entre “hacer” y “estar cerca de quien hace”

Te lo digo sin rodeos:

Hay demasiada gente queriendo vivir del mérito ajeno.

Gente que espera que les des parte de tu éxito porque estuvieron ahí “cuando empezaste”.

¿Sabes qué?

Estar “cuando empezaste” no significa nada si no empujaste. Si no asumiste riesgo. Si no trabajaste más que nadie cuando nadie creía.

Los negocios no son ONG.

Los negocios no reparten herencias emocionales.

Aquí no se paga con nostalgia.

Se paga con valor aportado.

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Lo que les digo a mis mentorados (aunque no siempre les guste)

Cuando trabajo con emprendedores y empresarios, tarde o temprano sale este tema.

Ese socio que no cumple pero quiere cobrar.

Ese amigo que opina sin saber.

Ese familiar que “cree en ti” pero jamás se ha mojado.

Mi respuesta es siempre la misma:

No repartas el pastel con quien solo se acercó a mirar cómo lo horneabas.

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El respeto se gana con acciones, no con gritos desde la grada

Y si alguien cree que puede vivir del mérito de tu trabajo…

Hazle un favor.

Hazle sonar unas monedas en una bolsa vacía.

Y dile que eso es lo que ha aportado.

Porque sí: animar está bien.

Estar cerca es bonito.

Pero aquí se valora a quien corta leña, no a quien grita “¡vamos!” desde la ladera.

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Consejo de mentor

Rodéate de personas que sudan contigo.

Que se pringan cuando nadie ve.

Que no quieren brillar con tu luz, sino ayudarte a encenderla.

Y mantente lejos de los motivadores de pancarta.

Porque si tú eres el que se deja la espalda con el hacha…

…los demás no pueden esperar cobrar con el sonido del dinero.