#diariodeunmentor Mis estándares ya no comen cualquier mierda (y los tuyos tampoco deberían).
¿Te comerías un plato lleno de pelos?
Ni aunque te estuvieras muriendo de hambre.
Ni aunque viniera decorado con trufa y reducción de balsámico.
Ni aunque te lo sirviera un chef con estrella Michelin.
Pues entonces explícame por qué tanta gente sigue tragándose colaboraciones, equipos y proyectos que huelen igual de mal.
Personas que trabajan contigo.
Gente que se supone que está en el barco para remar.
Pero…
Ahí está ese que siempre entrega tarde, pero exige puntualidad.
La que desaparece cuando MÁS hay que apretar.
El del equipo que promete el cielo… y entrega lo justo (con suerte).
El colaborador que siempre “está liadísimo”, pero nunca tiene resultados que mostrar.
El que dice “confía en mí” y luego aparece con una presentación que parece hecha en Paint.
Y tú, mientras tanto…tragando.
Con la servilleta al cuello.
Sonriendo para no parecer “difícil”.
Sirviendo platos que no están ni en tu menú, solo para evitar el conflicto.
Durante años, yo también tragué
Dije que sí a todo lo que me incomodaba.
A todo lo que me drenaba.
A todo lo que, en el fondo, ya sabía que iba a explotar tarde o temprano.
¿Por qué?
Por miedo a parecer borde.
Por no quedarme solo.
Por no “cerrarme puertas”.
Hasta que me harté.
Y entendí esto:
Si no impones tus estándares desde el minuto uno… acabarás obedeciendo los de otro.
Y los de los demás, créeme,
suelen venir cargados de excusas, retrasos, caos y palabrería vacía.
No te imponen excelencia.
Te imponen urgencias inventadas, cambios absurdos, reuniones eternas y decisiones mal pensadas.
Y encima… tú acabas pareciendo el complicado.
Así que puse mis reglas sobre la mesa
Y ahora no las negocio con nadie.
Estas son mis normas:
– Trabajo rápido y con claridad.
– Exijo compromiso real, no teatrillos ni discursos de motivación vacíos.
– No tolero excusas.
– No negocio con ilusionistas.
– No contrato figurantes.
– Y no cocino platos que no me comería ni muerto de hambre.
¿Consecuencias?
Sí, se va gente.
Sí, hay momentos en los que la mesa queda medio vacía.
Sí, me pierdo “oportunidades” que antes hubiera aceptado con los ojos cerrados.
Pero lo que queda…
vale el triple.
Porque están.
Cumplen.
No dan problemas.
Dan resultados.
¿Y el mamut?
Ah, sí.
El mamut.
Esa bestia enorme que todos hemos dejado entrar alguna vez por miedo a decir NO.
Cada vez que piensas:
“Bueno, acepto esto solo por ahora”…
estás metiendo un mamut en tu empresa.
Y al principio es simpático.
Se sienta en una esquina.
No molesta.
Hasta que una mañana te das cuenta de que está en tu sala de reuniones,
pisoteando tus horarios,
escupiendo sobre tus márgenes,
y cagándose directamente en tus estándares.
Deja de alimentar mamuts.
5 formas de evitar que se te cuele un mamut por la puerta:
1. Pon tus condiciones por escrito desde el primer minuto
Nada de “ya nos iremos adaptando”. Las reglas del juego claras antes de empezar. Lo que permites. Lo que no. Y lo que directamente te da urticaria.
2. Escucha las señales, no las excusas
Si alguien empieza con retrasos, líos, dramas y frases como “ha sido una semana complicada”… corre. No lo va a arreglar, va a empeorar.
3. No confundas talento con buena labia
Hay gente que habla muy bonito… y entrega muy poco. Si lo que promete no aparece en los primeros 10 días, despídelo antes de que crezca el pelaje.
4. Haz menos, pero con gente que esté a la altura
Es mejor un equipo pequeño, pero sólido, que una manada de ineficientes simpáticos. No estás aquí para hacer amigos, estás para construir algo que funcione.
5. Di que no aunque te duela
Negarse a tiempo es doloroso… pero muchísimo más barato que tragarte seis meses de desgaste, retrasos y justificaciones creativas.
La próxima vez que alguien venga a colaborar contigo…
No mires solo su sonrisa.
Ni el logo de su web.
Ni la frase bonita que tiene en su biografía de Instagram.
Mira lo que trae.
Mira el plato.
Huele el plato.
Y si tiene pelos…
devuélvelo.
Porque si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti.
Y cuando te des cuenta, estarás sirviendo mesas en un restaurante que ni siquiera elegiste,
a gente que no lo merece,
con platos que no pediste,
y con un mamut gigante sentado en tu silla.
¿Vas a seguir tragando lo que no quieres… o vas a cerrar la puerta a tiempo?
Tú decides.
0 comentarios