Ayer volví al instituto donde hace años intenté sacarme un grado superior.
Sí, “intenté”, porque la realidad es que duré poco. Me aburrí, no le encontraba el sentido, y me marché.
Ese mismo sitio al que un día le di la espalda… ayer me abrió las puertas para dar una charla.
Una charla de negocios, de emprendimiento, de vida.
Y cuando entré, no vi pupitres. Vi espejos.
Vi a un montón de chavales con la misma edad que yo tenía entonces, con las mismas dudas, los mismos miedos, la misma cara de “¿y qué coño hago con mi vida?”
Y fue ahí cuando pensé en él.
En ese chico de 19 años que hace años se sentaba en una de esas sillas.
Ese chico que quería montar algo, pero no sabía el qué.
Ese que tenía ideas, pero no confianza.
Ese que se moría por emprender, pero que se callaba porque no quería parecer el raro.
Me hubiera gustado decirle tantas cosas…
Que no se preocupe por no encajar.
Que está bien no saber.
Que los profesores no son enemigos, pero no tienen todas las respuestas.
Que estudiar es útil, pero no lo es todo.
Y que el hambre no se quita con títulos, sino con acción.
Pero luego me quedé pensando…
¿Y si le hubiera contado todo eso?
¿Y si alguien me hubiera dado esa charla a mí?
Quizás habría hecho las cosas distintas.
Quizás me habría ahorrado años de ensayo y error.
Quizás habría ido más rápido.
¿Pero sabes qué?
Quizás no sería quien soy hoy.
Porque parte de lo que me hizo fue precisamente no tener todas las respuestas.
Fue perderme, fue dudar, fue cagarla.
Fue salir al mundo sin GPS, sin mapa, y con el depósito en reserva…
…pero con una idea clara en la cabeza: yo voy a llegar.
Ayer, al terminar la charla, varios me escribieron.
Algunos con preguntas.
Otros simplemente con un “gracias”.
Y pensé: si uno solo de ellos se atreve a intentarlo un poco antes que yo, a luchar un poco más, a no dejarse aplastar por lo que “hay que hacer”…
Entonces el viaje valió la pena.
Yo no volví al instituto como un caso de éxito.
Volví como un tipo que nunca dejó de intentarlo.
Y eso, créeme, vale más que cualquier título colgado en la pared.
Consejos para quienes están al frente de ese pupitre
-
Haz algo hoy que lo próximo te agrade mañana
– No esperes al momento perfecto.
– Haz una llamada. Escribe un correo. Empieza un proyecto pequeño.
Suena sencillo, pero esas acciones son lo que separa a los que se mueven de los que miran.
-
No busques la aprobación de todos
– Si te paras a esperar a que cada persona diga “sí, me gusta”, estarás perpetuando la espera.
– Principiante sí. Inexperto también. Pero el que hace, aprende. Y luego opinan los demás.
-
Equivócate pronto, barato y aprende rápido
– Nada te enseñará más que fallar.
– El problema no es que falles, es que te creas el fracaso.
– Recuérdalo: cada “no funcionó” es lección, no tumba.
-
Elige proyecto, no permiso
– Esperar permiso (“¿puedo…?”, “¿qué opinan…?”) es ceder la iniciativa.
– Elige lo que harás. Luego informa. Luego mejora. Pero empieza.
-
Construye tu historia, no solo tu referencia
– Los títulos están bien. Pero lo que cuenta es la historia que tú te construyes.
– Las experiencias, los tropiezos, los días de mierda y los días de brillo… todos forman parte de lo que luego otros verán como “te experiencia”.
– Tu historia será tu ventaja que nadie te puede quitar.
Si tú hoy estás sentado en esa silla, o viendo a un chico de 19 años a tu lado con lo que yo tuve, mira adelante. No esperes a que alguien te diga que estás listo. Porque la vida no te espera.
Y cuando vuelvas al lugar desde el que empezaste… no sea para mirar atrás con nostalgia.
Que sea para mirar al frente con orgullo.
Porque lo que nadie te dijo a los 19…
hoy lo estás escuchando tú.
Y mañana, otro lo hará porque tú lo dijiste.
0 comentarios