Llevamos 14 días seguidos con lluvia.
No es una crisis sanitaria. No es una inflación desbocada. No es una hecatombe. Es agua. Caída del cielo. Una secuencia de días nublados que ha hecho que muchos empresarios y emprendedores entren en pánico, bajen los brazos y empiecen a repartir culpas como si el cielo les debiera algo.
Y entonces empiezas a escuchar frases como:
“Es que con este tiempo la gente no sale.”
“El tráfico a la tienda bajó un 70%.”
“Las ventas se han desplomado.”
“No hay forma de avanzar con este clima.”
¿Perdón?
¿Qué clase de negocio estás dirigiendo si una semana larga de nubes te tira por la borda?
No tenías un negocio, tenías una barca hinchable
Una especie de ilusión empresarial hinchada por el buen tiempo, por un cliente generoso, por la casualidad de un algoritmo que aún te sonríe.
Un modelo basado en la esperanza, no en la estrategia.
Una estructura que sobrevive gracias al calendario, no gracias a tus activos.
Una idea bonita sostenida con pinzas, porque mientras no llueva, todo parece funcionar.
Hasta que llueve.
Y entonces te das cuenta de que no tienes tejado.
El problema no es el clima. El problema eres tú.
Sí, tú, que diseñaste un negocio que solo funciona cuando todo está a favor.
Tú, que en vez de construir canales digitales, sigues dependiendo del paso de gente por la calle.
Tú, que te quejas de la lluvia en vez de preguntarte por qué no tienes un sistema que venda incluso cuando la ciudad entera se queda en casa.
Porque la tormenta solo hace una cosa: te deja en evidencia.
Y si duele, mejor. Porque el dolor agita. El dolor incomoda. El dolor despierta.
El negocio que vende solo cuando hace buen día no es negocio. Es lotería.
Tú no deberías depender del humor del clima. Ni de la temporada. Ni del tráfico peatonal.
Tú deberías tener:
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Una base de datos propia que convierta.
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Un sistema de automatización que genere contactos, interacciones y ventas.
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Una oferta irresistible que funcione sin que el sol tenga que salir a animarla.
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Una comunidad que confía en ti más allá del entorno.
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Activos digitales, relacionales y estratégicos que no se mojan.
Eso es un negocio.
Lo otro es una tienda de souvenirs a la intemperie esperando que el cielo no tenga un mal día.
Mientras tú buscas paraguas, otros están vendiendo barcas
Porque, claro que se puede vender con lluvia.
Se puede vender más.
El que sabe adaptarse lanza un reto online.
Hace seguimiento a sus prospectos.
Optimiza procesos.
Ajusta el mensaje.
Activa promociones.
Reestructura recursos.
Encuentra el ángulo.
Y, sobre todo, deja de esperar que todo esté perfecto para hacer lo que tiene que hacer.
No llueve en tu cuenta bancaria porque llueve en la calle. Llueve porque no sabes vender con el suelo mojado.
Y si eso te pica, mejor.
Es una señal de que hay algo que no está bien.
Y que quizás ya es hora de cambiarlo.
Vender bajo la lluvia es posible. Liderar bajo la tormenta es obligatorio.
Hoy es el clima.
Mañana será una huelga.
Pasado la Semana Santa.
El mes que viene las elecciones.
Luego, la inflación.
Después, que hay demasiada competencia.
O que nadie te responde los emails.
Siempre habrá una excusa si la necesitas.
Pero si te dedicas a los negocios, una cosa te tiene que quedar clara: si necesitas que el universo se alinee para que tu empresa funcione, no tienes una empresa.
Tienes una trampa.
Una cárcel donde tú mismo eres el carcelero.
Un experimento emocional que se deshace con la primera nube.
¿Y entonces qué?
Entonces, toca hacerte preguntas incómodas.
– ¿Tengo un sistema que funcione sin sol?
– ¿He construido activos reales o dependo de factores externos?
– ¿Estoy vendiendo de forma proactiva o solo reacciono a lo que pasa fuera?
– ¿Estoy preparado para la próxima tormenta? Porque vendrá.
– ¿O necesito una excusa cada vez que algo no va como esperaba?
Y la más importante:
¿Estoy liderando un negocio o jugando a ser emprendedor de terraza?