En esta reflexión etiquetaría a todas y cada una de las personas que han estado, están o estarán en mi vida, porque se fueron, porque los eché, porque no podía ser, por la vida, por la muerte, porque no quedaba más, ni menos, porque se hizo de día, de noche, porque se rompieron o porque al final ni terminaron de salir.
Una de las frases que más me han impactado nunca, es sin lugar a dudas esta que dijo (o se la atribuyeron a él) Risto Mejide, la afirmación es tan simple como cierta:
“Madurar es aprender a despedirse”
Y si haces un ejercicio introspectivo y lo analizas, veras la dureza y la realidad que reside en cada una de las despedidas (por grande o pequeña que sea), desde que somos pequeños, nos hacemos mayores y vamos dando la bienvenida y diciendo adiós a personas, objetivos y momentos.
Tod@s recordamos con cierta nostalgia y quizás incluso pena a…
- Nuestros amigos del colegio/instituto
- Un juguete especial
- Todos los suspiros
- A la mascota que tantas caricias nos dio.
- Abuelo/abuela, tío, primo, hermano, amigo que ya no está.
- Al primer amor ( o de alguno en especial)
- A nuestros compañeros de fútbol.
- Ese coche que con tanta ilusión te compraste.
- Algunos de nuestros “compis” de trabajo.
- El crecer de las personas que amamos.
- Los momentos de éxtasis y felicidad máxima.
- El hogar que fuiste feliz…
Da igual si has “madurado” mucho o poco, si has tenido muchas «maduraciones» (despedidas), el dolor es un intangible vivido con diferente intensidad en cada ser humano, pero lo que no podemos negar es el sufrimiento que nos hace recordar lo perdido.
Hoy aún siendo más “maduro” no quiero dejar escapar la oportunidad de ayudaros a recordar (como yo lo estoy haciendo) a alguien o algo que os dolió tener que “madurar” , ya que al final solo nos queda el recuerdo que hemos dejado y que nos dejan las personas, objetos, momentos que han transitado por nuestras vidas.
PD: Espero haber dejado muchas huellas profundas y que os haya dolido tener que «madurar» mi recuerdo.